Es que yo quiero tanto a mi Caracas

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Foto: Darío Carnelutti

Foto: Darío Carnelutti

Hoy Caracas cumple 446 años y me agradó la idea de retomar mi blog dedicándole un post a la ciudad que me vio nacer. No he vivido en otra por mucho tiempo, aunque una vez estuve fuera de aquí. He conocido otras, dentro y fuera de Venezuela, sin embargo, Caracas tiene algo, un no sé qué impactante, que te enamora y decepciona a la vez.

De mi niñez recuerdo una Caracas apacible, donde podías caminar en el Bulevar de Sabana Grande, comerte un helado en La Poma, ir al cine Brodway y ver a la gente caminar feliz. Había pocos centros comerciales y el entretenimiento era subir al Ávila en funiculares rojos, ir al Parque del Este a pedalear en los botes y ver los animales o patinar en Los Próceres o el Parque Los Caobos, luego de recorrer los museos. También recuerdo los paseos a la Casa de Simón Bolívar, el Panteón Nacional, viajar en un metro puntual, limpiecito y siempre frío.

Caracas, con su imponente cerro Ávila y unos atardeceres que te podrían hacer llorar, soñar, reflexionar e incluso, extrañar cuando estás afuera. Hoy día una ciudad convulsa, llena de mucha gente, quizás demasiado para el gusto de muchos. Con largas colas para todo, de gente que ya no sonríe, de codazos y malos olores, huecos en sus calles y mucha basura.

Foto: Darío Carnelutti

Foto: Darío Carnelutti

Pensando un poco, no sé quién está peor, si Caracas con sus miles de paisajes tristes, o el caraqueño que ya no es amable, ni cordial o educado. Hace mucho que nadie me responde los buenos días, e incluso antes de ayer, una señora muy mayor, me empujó en el metro con mucha rabia. Ya ni cuento las veces que he visto personas lanzando papeles en la calle, ni las caras llenas de ceños fruncidos, o las sonoras “mentadas de madre” en el metro, una esquina, un banco.

Honestamente no recuerdo en qué momento los caraqueños empezaron a pasar más horas en una cola, gritándose entre sí. Tampoco recuerdo cuándo fue la primera vez que me casi me hago encima al ver cerca de mí a un motorizado, otro adorno caraqueño que se convirtió en una especie de plaga peor que las termitas. Y uno trata de no generalizar, pues obviamente no todos son malos, pero particularmente yo, no tengo ninguna buena experiencia con ninguno. Es más, tengo anécdotas de conocidos bastante terroríficas en encuentros cercanos con ellos. Quién no diga “Aquí fue” al ver a alguno, obviamente, caraqueño no es.

A la Caracas de hoy la domina la anarquía, la improvisación y el desdén. Atrás quedaron los días de pasear tranquilamente por sus calles sin miedo a que algo nos pase. Caracas nos secuestró a cambio de tener casi siempre luz, y conseguir en un par de mercados los productos de la cesta básica. Nos convirtió en sobrevivientes y nos hizo olvidar al prójimo. Nos robó la conciencia colectiva y nos infló la individualidad típica del instinto de supervivencia.

De las comparsas y desfiles carnavalescos de mi infancia, no quedan si no algunos disfraces que ve uno de vez en cuando por ahí. ¿La verdad? Amo a una ciudad que me asfixia y me aterra. Me hace sentir mal querida porque me pega, me maltrata y aun así la defiendo. Le busco sus virtudes en la cuadra gastronómica, en la cartelera teatral o en sus múltiples salas de cine. Me emboba con sus cielos de las 5 de la tarde, llenos de púrpura, rojos intensos y azules profundos.

Foto: Darío Carnelutti

Foto: Darío Carnelutti

Caracas me enternece cuando la veo desde un punto del cerro camino a Sabas Nieves, donde no se escucha su caos, si no que puedes admirar sus grandes edificios y su majestuosidad. Pero luego al bajar, otra vez la realidad pujante, agresiva, como su gente actual. A veces sueño con un ciudadano más cortés, como el de antes, pero a ese también lo secuestró Caracas, y siento que se cansó de pelear, de tratar de sonreír, de sacarle lo bueno a lo malo.

Siendo romántica empedernida, a veces creo que sí se puede, que si uno cambia, los demás empiezan a cambiar. Pero luego la taquillera del metro de Parque Carabobo responde a mi saludo con un gruñido y a quien le deseo un feliz día, me mira con cara de que estoy loca. A veces, espero pacientemente que cambie el semáforo y alguien se come la luz, otras pues me llegan un par de pedigüeños que me asustan y me dejan sin otra alternativa que soltar unas monedas.  Sin embargo no pierdo mi sonrisa, no se la quiero entregar a Caracas, pues ya con quitarme la sensación de seguridad, es suficiente.

Como en todo cumpleaños, le quiero dar a Caracas mis mejores deseos. Que pueda curarse y con ella, a su gente. Que nos deje de nuevo poder pasear por el bulevar y comer un helado en la Poma, ver desfiles de carrozas bellísimas en la Avenida Bolívar o disfrutar en un parque actividades culturales sin el miedo de “se está haciendo tarde, hay que regresar a casa”.

Feliz Cumpleaños Caracas, espero que cumplas muchos más. Ya eres adulta, ya puedes empezar a decidir qué vida quieres y cómo la quieres. En cuanto a mí, en ti estaré hasta que un día me canse de tanta desidia e indefensión. Ese día Caracas, agarro mis cosas y te dejo sin mirar atrás, para empezar una vida nueva sin ti, aunque extrañe tus atardeceres y todo lo que me has dado.

Foto: Darío Carnelutti

Foto: Darío Carnelutti

Te dedico esta canción de la inolvidable Billos, en la voz de Tío Simón y la Rondalla Venezolana

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Acerca de honeydry

Soy sólo una chica que vino a contarles su historia sin tapujos... Mi motivo principal es crecer, disfrutar la vida y sonreír ante todo... Para mí, una sonrisa es el mejor maquillaje en el rostro de un a mujer... @Honeydry Literalmente: MielSeca

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